Óptima Infinito

El Blog de José Miguel Bolívar

Optima infinito

Afrontando la paradoja del trabajo del conocimiento

| tiempo de lectura 4:03'

El cerebro consume el 20% de la energía producida, a pesar de que representa únicamente entre el 0,8% y el 2% del peso total de nuestro cuerpo. Según los estudios realizados, parece además que este porcentaje se mantiene bastante estable con independencia de la actividad que se realice, lo que significa que la energía total que consume nuestro cerebro debe repartirse entre las actividades que está gestionando en un momento dado.

Que el consumo de energía cerebral se mantenga constante con independencia de la actividad es además coherente con lo que sabemos sobre la gestión de la atención, es decir, que únicamente se puede prestar atención de calidad a una cosa a la vez. ¿Por qué? Por que si obligamos al cerebro a prestar simultáneamente atención a más de una cosa, se verá obligado a «fragmentar» su capacidad de atención en «bloques de atención» más pequeños de lo que podrían ser y que, en consecuencia, producirán resultados inferiores a los que produciría el «bloque único». Esto concuerda además con los numerosos experimentos realizados hasta la fecha y que han demostrado la tremenda ineficiencia de la multitarea.

Por otra parte, desde un punto de vista de eficiencia energética asociada al instinto de supervivencia, el cerebro intenta optimizar el uso que hace de la energía que consume. Esto es totalmente lógico. La energía que dedica el cerebro a mantener constante la temperatura corporal no se la puede dedicar a movernos, del mismo modo que la que dedica a movernos no se la puede dedicar a procesar información del entorno. En relación con el trabajo del conocimiento objeto de este post, esto significa que la energía que se dedica a «pensar» se está «restando» de otras actividades que el cerebro podría considerar más prioritarias.

Por último, desde un punto de vista evolutivo, la parte de la energía cerebral total consumida en «pensar» a lo largo de la historia por la mayoría de la población ha sido insignificante en comparación con la energía cerebral total consumida en prestar atención al entorno ante potenciales amenazas o a la ejecución de tareas eminentemente manuales dedicadas a la subsistencia: producción de alimentos, utensilios, etc. Esto significa que el cerebro no está evolutivamente preparado para que «pensar» sea una actividad constante e intensiva.

Todo lo anterior nos pone a los profesionales del conocimiento en una situación poco envidiable, ya que, por una parte, el valor del trabajo del conocimiento procede precisamente de pensar y, paradójicamente, el cerebro intenta por todos los medios pensar «lo justo» para ahorrar así el máximo de energía posible. Dicho de otra forma, el trabajo del conocimiento es en cierta medida antinatural, ya que para generar valor se tiene que «obligar» al cerebro a realizar de forma intensiva una actividad que tradicionalmente solo ha hecho de forma puntual, es decir, se le «obliga» a hacer algo para lo que parece que no está evolutivamente preparado.

Evidentemente, a día de hoy no es necesario dedicar el mismo grado de atención a la supervivencia o a la realización de tareas manuales que en el pasado, por lo que esos recursos «liberados» podrían ser por tanto perfectamente utilizables para generar valor «pensando». Pero eso el cerebro no lo sabe.

Para complicar más la situación, el volumen de elementos con significado desconocido que aparecen en nuestro radar no para de aumentar y cada vez lo hace más rápido. Por puro instinto de supervivencia, «desconocido» y «potencialmente peligroso» son sinónimos para nuestro cerebro, y eso explica en parte por qué hay actualmente tanto estrés profesional: constantemente están apareciendo «cosas» cuyo significado desconocemos y, en consecuencia, son consideradas «potencialmente peligrosas» por nuestro cerebro. Ante esta situación, el cerebro entiende que esa necesidad de dedicar recursos de atención a la detección de amenazas para la supervivencia no solo no ha disminuido sino que ha aumentado.

Por si fuera poco, ante el estado de «alerta permanente» en que se encuentra nuestro cerebro, derivado de esa percepción de «amenaza constante», el córtex prefrontal queda a menudo aparcado en segundo plano, mientras que el sistema límbico, y en concreto la amígdala, juegan un papel preponderante. En la práctica, esto significa que «hacer», entendido como reaccionar al instante ante cualquier supuesta «emergencia», gana sistemáticamente prioridad sobre «pensar».

Llegados a este punto, parece que afrontar la gran paradoja del trabajo del conocimiento requiere desarrollar e implantar estrategias complementarias, y en varios frentes. OPTIMA3® propone, entre otras cosas:

  1. Equilibrar el peso relativo en los procesos de toma de decisiones de los sistemas racional (córtex prefrontal) y emocional (sistema límbico).
  2. Minimizar la carga sobre la memoria, externalizando todo lo posible en una «memoria externa» de confianza.
  3. Maximizar la eficiencia del proceso de «pensar», evitando pensar más de una vez en un mismo elemento con una misma intención.
  4. Evitar «pensar» sin necesidad en planes teóricos sin fundamento alguno, centrando la atención exclusivamente en lo que ya es real.
  5. Reducir la resistencia a «pensar», concentrando esta actividad en momentos determinados y con carácter intensivo, en lugar de alternarla constantemente con la ejecución de tareas.
  6. Automatizar determinadas actividades orientadas a prevenir la aparición del estado de «alerta permanente».
  7. Optimizar la capacidad de generación de valor de nuestro cerebro mediante estructuras que permitan independizar el registro de información de su tratamiento, de tal forma que dicho tratamiento tenga lugar en el momento idóneo.

En la sociedad del conocimiento, conocer el funcionamiento de nuestro cerebro, y cómo éste afecta a nuestra capacidad para generar valor, es crucial. Seguir creyendo que la excelencia profesional puede alcanzarse «gestionando el tiempo», y sin un entendimiento profundo de cómo opera nuestra principal herramienta de trabajo, es propio de personas que se han quedado ancladas en el siglo pasado.

Comentarios

Cruz Guijarro avatar
Cruz Guijarro


Magnifico post ahondando en el funcionamiento del cerebro, ese gran desconocido. Interesantes avances sobre OPTIMA 3 que prometen.

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Muchas gracias, Cruz. Desconocido más por falta de interés que por falta de información. Una consecuencia más de la paradoja de la que hablo en el post: profesionales del conocimiento con resistencia a pensar. Seguimos dando pasos con OPTIMA3...

CRISTINA GALIANO RAMOS avatar
CRISTINA GALIANO RAMOS


Una investigación realizada hace muy poquitos días en la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston por Nicole Spartano, y publicada en la revista Neurology, ha revelado que existe un vínculo entre los niveles de actividad en adultos de 40 a 55 años, el volumen cerebral y el ejercicio o la ausencia de él.
Es decir, las personas con la condición física más pobre a lo largo de su vida, presentan el cerebro más pequeño 20 años después.
La actividad física al incrementar el flujo de la sangre hacia el cerebro ayuda a mejorar la conexión de las neuronas entre sí, generándose una mejor agilidad mental y del proceso de la información.
El sedentarismo no solo puede disminuir nuestra capacidad cognitiva al aumentar el riesgo de arteriosclerosis cerebral y, por tanto, de demencia, sino que tampoco es bueno para nuestro volumen cerebral, al revés encoge nuestro cerebro que se vuelve más pequeño.

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Sí, desarrollar y mantener en forma en cerebro es otra forma adicional de contribuir a la mejora de la efectivida.

Pedro avatar
Pedro


Magnífico artículo Jose Miguel.
Mi pregunta sería si crees que, además de conocer el funcionamiento del cerebro, deberiamos aprender, también, a gestionar nuestras emociones, pues cuando se activan las alertas por infoxicación uno necesita no estresarse, y eso no se consigue sabiendo que parte del cerebro debe tomar el mando, sino ordenando a esa parte que actúe, lo cual requiere un dominio de uno mismo que parece que pertenece al ámbito de lo emocional, o de eso que se llamaba antes, el carácter.
Un saludo

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Muchas gracias, Pedro. Creo que sí, que también deberíamos aprender a gestionar nuestras emociones. El punto que quiero destacar es que las alertas por infoxicación son evitables (yo no las padezco y sé de otras muchas personas que tampoco). De hecho, la mayoría del llamado «estrés laboral» es autogenerado, es decir, es resultante de hacer cosas que no habría que hacer y de no hacer cosas que habría que hacer. El mundo ha cambiado y necesitamos aprender a interactuar con la nueva realidad VUCA en la que nos ha tocado vivir. Lo contrario genera sensación de impotencia y estrés. El carácter es muy importante y aplicar las técnicas adecuadas pueden ayudar a fortalecerlo y mejorarlo.
Un saludo

Gabriel Eduardo Duarte vega avatar
Gabriel Eduardo Duarte vega


Por eso la sabiduría popular desde la aparición de la TV recomienda que mientras se come no se debe ver televisión. Uno debe realmente hacer una cosa a la vez para ser lo mas efectivos posibles.

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De acuerdo. Comer viendo la TV favorece además comer más de lo necesario, precisamente porque no se es consciente de cuánto se está comiendo.

Rene Martinez avatar
Rene Martinez


De verdad muy interesante el post... Pendiente de mas elementos como este... Saludos.

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Muchas gracias, Rene.
Saludos!

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