Desarrollo Personal: La Juventud como Elección
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Hace ya algunas semanas tuve la oportunidad de disfrutar en Humanismo y Conectividad de una entrevista realizada a José Luis Sampedro.
Creo que su lucidez a los 93 años es, además de un ejemplo para muchos, una evidencia de algo que siempre he creído en relación a la edad y a los conceptos de juventud y vejez.
Es indudable que la edad es un dato objetivo que lleva asociadas una serie de características. Cumplimos años y ello va dejando una huella en nuestro cuerpo y en nuestra mente.
Sin embargo los conceptos de juventud y vejez no son tan objetivos. De hecho, son convenciones sociales con unos límites bastante amplios y difusos. Cuando mi madre me habla sobre alguien «joven» siempre le tengo que preguntar «¿joven de cuántos años?», porque para ella la juventud alcanza hasta bien entrados los 50…
Por otra parte es cierto que hay determinadas características que asociamos a cada uno de estos dos conceptos. Cuando hablamos de juventud asumimos la existencia de una serie de cualidades tales como idealismo, altruismo, flexibilidad, adaptabilidad, agilidad, entusiasmo, dinamismo…
Un detalle importante es que muchas de esas cualidades se expresan en forma de actitud, en un modo de reaccionar ante la realidad cotidiana. Una actitud que de algún modo es el resultado de un proceso de elección.
Se acepta de forma mayoritaria, a pesar de las excepciones que demuestran que no tiene por qué ser necesariamente así , que muchas de esas cualidades positivas se pierden inevitablemente, o al menos se ven considerablemente reducidas, en la medida en que vamos envejeciendo, entendiendo envejecer como el proceso de transición entre la juventud y la vejez.
La realidad es que estas actitudes no son exclusivas de los grupos de edad que en teoría deberían mostrarlas. Todos conocemos gente de edad avanzada, como José Luis Sampedro, que conservan buena parte de esas características positivas asociadas a la juventud. Personas en las que «la juventud va por dentro» y que demuestran que el hecho de cumplir años no implica necesariamente la pérdida de estas actitudes positivas.
Del mismo modo hay muchas personas que por su edad deberían categorizarse como «jóvenes» y que sin embargo muestran dichas características en un grado muy reducido o incluso nulo. Son esos «viejos prematuros» que todos conocemos. Personas que han decidido, porque de elección hablamos, que ya son «demasiado mayores» para seguir manteniendo esas actitudes «juveniles» y han optado por estancarse en un momento concreto de su trayectoria vital. Este grupo, por desgracia mucho más numeroso que el anterior, es probablemente la causa de que se asocie la edad con la pérdida de actitudes positivas.
La vejez como elección supone poner fin a tu desarrollo personal. A partir de ahí dejas de crecer, de aprender, de adaptarte y comienzas un proceso que te llevará a estar cada vez más lejos del mundo real y más encerrado en tus recuerdos, en tu concepción del mundo como un lugar en el que todo era mejor.
He de reconocer que me intriga enormemente cuál puede ser la razón por la que una persona «joven» decide en un momento dado convertirse en «viejo». ¿Es miedo a lo desconocido? ¿Aversión al cambio? ¿Simplemente pereza?
No lo sé, pero lo cierto es que la edad es un hecho físico y biológico inevitable mientras que la actitud ante la vida no lo es.
En los albores de la Medicina Personalizada, y ante la expectativa de poder extender considerablemente la esperanza de vida en las próximas décadas, decidir si quieres seguir avanzando con la vista puesta en el futuro o prefieres pararte y quedarte mirando al pasado es, más que nunca, una elección.
Tu elección.
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