Dos Errores no hacen un Acierto
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Resulta llamativa la tendencia que tienen muchas personas a complicarse innecesariamente la vida ante una equivocación o un error.
Por paradójico que parezca, es frecuente que, en lugar de admitir que algo no ha salido como esperábamos o que nos hemos equivocado, nos empeñemos en seguir avanzando por el camino erróneo acercándonos cada vez más al desastre.
Es lógico y normal que no nos guste reconocer que las cosas no son lo que habíamos imaginado, sobre todo cuando no se trata de situaciones en las que nos hemos precipitado en la decisión sino que hemos dispuesto del tiempo necesario para evaluar opciones y decantarnos por la que hemos estimado más adecuada.
Pero así como al tomar la primera decisión nuestra mente estaba en condiciones de evaluar objetivamente las ventajas y riesgos de las distintas alternativas y elegir razonablemente en función de la información disponible, después del primer error nuestra percepción comienza a sesgarse.
El motivo es la existencia de una presión inconsciente que nos empuja a creer que las causas por las que la primera elección falló son en su totalidad externas.
Es realmente sorprendente lo buenos que podemos llegar a ser encontrando excusas para nuestros propios fallos; desde la tan traída y llevada «mala suerte» a otras «explicaciones» mucho más creativas y elaboradas en las que prácticamente todo a nuestro alrededor se ha conjurado en nuestra contra.
El problema es que esta presión inconsciente no sólo nos impide ver las cosas como son, haciendo por tanto que ignoremos las verdaderas causas del error, sino que va en aumento con cada nuevo fracaso. En otras palabras, cuanto más nos equivocamos, más difícil nos resulta dar con la solución.
Por eso es importante que ante cualquier error o fracaso adoptemos una postura activa y no defensiva. No se trata tanto de encontrar culpables externos como de aprender a no cometer los mismos errores en el futuro.
La reacción inteligente ante un error es, primero, intentar solucionarlo si es posible y, segundo, evitar repetirlo. Para ello debemos preguntarnos qué hicimos, o dejamos de hacer, que pudiera haber influido en el resultado no deseado.
Lo primero que vendrá a tu mente será externo, así que no vale. Haz un esfuerzo por identificar qué fue lo que hiciste, o dejaste de hacer, tú. Piensa en que habría pasado si tú hubieras hecho algo distinto y, sobre todo, aprende de tu error ya que es lo único positivo que vas a poder sacar de él.
Y ten siempre en cuenta que, por mucho que te empeñes, dos errores no hacen un acierto.
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